Es menester de mi parte siempre
anteponer al estomago antes que al pensamiento, los sábados como buen “católico
reformista” opto por violentar el dogma de fe de dónde provienen los “buenos
valores cristianos”, esto por el simple
hecho de demostrar empíricamente que el concepto de lo político inicia en los alimentos.
Por lo general, algunos sábados
decido desayunar unos buenos tacos de carnitas, se que no es el desayuno más
nutritivo ni mucho menos el más saludable aunque si les puedo asegurar que es
uno de los más hedonistas, pues nadie puede negar que la carne de cerdo es una de
las más deliciosas que una persona puede degustar cuando el desgaste mental y
físico así lo requieren. Un desayuno pesado y poco balanceado es para muchas
personas síntoma de malos hábitos alimenticios. Sin embargo, diré a mi favor
que las malas costumbres las tengo desde las primeras horas del amanecer pues “quien
en su sano juicio” se levanta un sábado a las cinco de la mañana para ponerse a
leer La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona y La ciudad ideal de Abu Nasr
al-Farabi, esto sin mencionar que posteriormente confrontaré dichas lecturas con
la interpretación filosófica del filósofo judío, Leo Strauss.
Ahora bien, regresando al orden de lo político en los alimentos, hoy tuve
la dicha de presenciar como dos jóvenes taqueros deliberaban libremente sobre la
religión y las distintas sectas religiosas, irónicamente me puse a pensar que
seguimos formando parte de un legado medieval y renacentista. Piense usted por
un momento en la España de la alta Edad Media (450 a 1000 d.c.) y como en
cierta manera los mercados se habían “convertido” en una especie de ágora griega,
pues ahí confluían las distintas posturas religiosas pero sobre todo las ideas políticas
de aquella época.
Los mercados medievales y
renacentistas eran los espacios dónde emergía la teología-política, el silencio
era síntoma de prudencia y la deliberación retórica era muestra de quien era el
poseedor de la hegemonía política. En estos espacios públicos se reunían judíos,
cristianos y musulmanes para intercambiar mercancías y en ocasiones algunos
alimentos. Por otro lado, durante este periodo el poder político lo tenían los
musulmanes y los cristianos, excluyendo así a los judíos.
No obstante, por muy trivial que nos
parezca, el ejercicio de dominación política se situaba en poner a prueba la fe
de los judíos conversos y demostrarles que la “gracia” de Cristo era la “verdad
revelada”, en oposición la ley mosaica. De lo que no se dieron cuenta estas
estructuras de poder político como la cristiana y la musulmana fue que
orillaron a los judíos a recurrir a un ejercicio infrapolítico. De esta manera el conflicto ideológico pero sobre
todo político, se traslado a un terreno disidente, dónde el espacio del
ejercicio político era hermético, privilegiado y sobre todo de índole privado.
Simultáneamente y con el transcurso de
los años, estas costumbres fueron heredades muchas veces de forma inconsciente y
otras veces se replicaron de forma muy pertinente. Por ejemplo, en la actualidad
las negociaciones políticas se realizan en lo privado, nunca en los “espacios
público” y mucho menos en los mercados. Por eso en el buen comer, está el secreto de la diplomacia y de alienación
política. Para muestra de ello está la comida kosher pues el judío (cómo buen político), no buscará hacerle
entender al mesero que comer cerdo es sacrilegio, pues sabe de ante mano que el
mesero simplemente no podrá comprender los preceptos de una ley que le es ajena
a su docta ignorancia, el buen judío (político) sabrá persuadirlo con sólo
decirle que es alérgico a este animal impuro. Por lo tanto, la clase política “dominante” no
solo puede darse el lujo de comer alimentos “saludables”, sino peor aún se da
el lujo de demostrarle a “los otros”, que es un “otro” superior, debido a que
es capaz de renunciar a ciertas estructuras hegemónicas de poder y anteponer su
teología-política a través de los alimentos.
Pero entonces ¿qué pasa con el populum que come en los mercados, las
plazas públicas, los tianguis y otros espacio culinarios de las civitas modernas? Por muy triste y
lamentable que nos parezca estos espacios urbanos dónde el populum asiste son espacios [des]politizados, pues difícilmente
podrá degustar un platillo realizado por un chef de alta alcurnia, siendo este el
resultado de la exclusión económica y de los límites de su participación
política. Sin embargo, no todo está perdido pues existe un viejo antídoto socrático
que puede ayudar al más ingenuo ciudadano a reflexionar su quehacer como ente
político, el cual se reduce a una especie de píldora filosófica, por ejemplo: Mientras
degustaba mi taco de carnitas, observaba como uno de los jóvenes taqueros de
forma inteligente, se propuso a contraargumentar a su contrincante citando a Nietzsche,
sosteniendo que su fe prefería tenerla
en la humanidad antes que depositarla
en alguna religión, el otro taquero en su desconocimiento de no saber quién era
aquel personaje que acababa de citar su contrincante optó por ignorarlo y
abandonar el tema, fue entonces que decidí intervenir y recomendarle al joven
ávido de aprendizaje, guiarlo
por los senderos de la filosofía e invitarlo a consultar El origen de la tragedia de Friedrich Nietzsche.
Esta experiencia me hizo recordar lo
peligrosa que es la labor del filósofo, recordemos cómo Sócrates iba y buscaba
dialogar con el “sofista” para poner a prueba sus conocimientos y así poder
detectar de forma [in]directa quienes de los presentes podían ser potenciales filósofos,
políticos u hombres importantes. De esta manera he llegado a la conclusión, que
comer cerdo en Shabat como católico,
no es un acto de resistencia ante un poder hegemónico, sino más bien un acto de
crítica y de oposición a una teología-política, es apropiarse nuevamente de los
espacios públicos como espacios políticos, es demostrarle al “otro” la
[des]igualdad del gusto ante ciertos alimentos, es violentar su espacio privado
para establecer un estado de incomodidad y de disgusto. No es simplemente una
lucha de clases, sino más bien un malestar de placeres, el filósofo debe
adaptarse a las ciudades y a sus espacios [a]políticos.
En suma, el
populum debe ser aquel cisticerco que
carcome por dentro al “marrano”. Bienaventurados los que descienden de linaje
de príncipes y gobernantes, pero conviven, beben y comen con el pueblo.
Héctor Fabián García.
Estudiante de Filosofía Política.
Universidad Nacional Autónoma de México.
Twitter: @fabianhgarcia
Twitter: @fabianhgarcia