Saturday, January 30, 2016

Shabat de carnitas y de “marranos”


Es menester de mi parte siempre anteponer al estomago antes que al pensamiento, los sábados como buen “católico reformista” opto por violentar el dogma de fe de dónde provienen los “buenos valores cristianos”, esto por el simple hecho de demostrar empíricamente que el concepto de lo político inicia en los alimentos.

Por lo general, algunos sábados decido desayunar unos buenos tacos de carnitas, se que no es el desayuno más nutritivo ni mucho menos el más saludable aunque si les puedo asegurar que es uno de los más hedonistas, pues nadie puede negar que la carne de cerdo es una de las más deliciosas que una persona puede degustar cuando el desgaste mental y físico así lo requieren. Un desayuno pesado y poco balanceado es para muchas personas síntoma de malos hábitos alimenticios. Sin embargo, diré a mi favor que las malas costumbres las tengo desde las primeras horas del amanecer pues “quien en su sano juicio” se levanta un sábado a las cinco de la mañana para ponerse a leer La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona y La ciudad ideal de Abu Nasr al-Farabi, esto sin mencionar que posteriormente confrontaré dichas lecturas con la interpretación filosófica del filósofo judío, Leo Strauss.

Ahora bien, regresando al orden de lo político en los alimentos, hoy tuve la dicha de presenciar como dos jóvenes taqueros deliberaban libremente sobre la religión y las distintas sectas religiosas, irónicamente me puse a pensar que seguimos formando parte de un legado medieval y renacentista. Piense usted por un momento en la España de la alta Edad Media (450 a 1000 d.c.) y como en cierta manera los mercados se habían “convertido” en una especie de ágora griega, pues ahí confluían las distintas posturas religiosas pero sobre todo las ideas políticas de aquella época.

Los mercados medievales y renacentistas eran los espacios dónde emergía la teología-política, el silencio era síntoma de prudencia y la deliberación retórica era muestra de quien era el poseedor de la hegemonía política. En estos espacios públicos se reunían judíos, cristianos y musulmanes para intercambiar mercancías y en ocasiones algunos alimentos. Por otro lado, durante este periodo el poder político lo tenían los musulmanes y los cristianos, excluyendo así a los judíos.




No obstante, por muy trivial que nos parezca, el ejercicio de dominación política se situaba en poner a prueba la fe de los judíos conversos y demostrarles que la “gracia” de Cristo era la “verdad revelada”, en oposición la ley mosaica.  De lo que no se dieron cuenta estas estructuras de poder político como la cristiana y la musulmana fue que orillaron a los judíos a recurrir a un ejercicio infrapolítico. De esta manera el conflicto ideológico pero sobre todo político, se traslado a un terreno disidente, dónde el espacio del ejercicio político era hermético, privilegiado y sobre todo de índole privado.

Simultáneamente y con el transcurso de los años, estas costumbres fueron heredades muchas veces de forma inconsciente y otras veces se replicaron de forma muy pertinente. Por ejemplo, en la actualidad las negociaciones políticas se realizan en lo privado, nunca en los “espacios público” y mucho menos en los mercados. Por eso en el buen comer, está el secreto de la diplomacia y de alienación política. Para muestra de ello está la comida kosher pues el judío (cómo buen político), no buscará hacerle entender al mesero que comer cerdo es sacrilegio, pues sabe de ante mano que el mesero simplemente no podrá comprender los preceptos de una ley que le es ajena a su docta ignorancia, el buen judío (político) sabrá persuadirlo con sólo decirle que es alérgico a este animal impuro.  Por lo tanto, la clase política “dominante” no solo puede darse el lujo de comer alimentos “saludables”, sino peor aún se da el lujo de demostrarle a “los otros”, que es un “otro” superior, debido a que es capaz de renunciar a ciertas estructuras hegemónicas de poder y anteponer su teología-política a través de los alimentos.

Pero entonces ¿qué pasa con el populum que come en los mercados, las plazas públicas, los tianguis y otros espacio culinarios de las civitas modernas? Por muy triste y lamentable que nos parezca estos espacios urbanos dónde el populum asiste son espacios [des]politizados, pues difícilmente podrá degustar un platillo realizado por un chef de alta alcurnia, siendo este el resultado de la exclusión económica y de los límites de su participación política. Sin embargo, no todo está perdido pues existe un viejo antídoto socrático que puede ayudar al más ingenuo ciudadano a reflexionar su quehacer como ente político, el cual se reduce a una especie de píldora filosófica, por ejemplo: Mientras degustaba mi taco de carnitas, observaba como uno de los jóvenes taqueros de forma inteligente, se propuso a contraargumentar a su contrincante citando a Nietzsche, sosteniendo que su fe prefería tenerla en la humanidad antes que depositarla en alguna religión, el otro taquero en su desconocimiento de no saber quién era aquel personaje que acababa de citar su contrincante optó por ignorarlo y abandonar el tema, fue entonces que decidí intervenir y recomendarle al joven ávido de aprendizaje, guiarlo por los senderos de la filosofía e invitarlo a consultar El origen de la tragedia de Friedrich Nietzsche.




Esta experiencia me hizo recordar lo peligrosa que es la labor del filósofo, recordemos cómo Sócrates iba y buscaba dialogar con el “sofista” para poner a prueba sus conocimientos y así poder detectar de forma [in]directa quienes de los presentes podían ser potenciales filósofos, políticos u hombres importantes. De esta manera he llegado a la conclusión, que comer cerdo en Shabat como católico, no es un acto de resistencia ante un poder hegemónico, sino más bien un acto de crítica y de oposición a una teología-política, es apropiarse nuevamente de los espacios públicos como espacios políticos, es demostrarle al “otro” la [des]igualdad del gusto ante ciertos alimentos, es violentar su espacio privado para establecer un estado de incomodidad y de disgusto. No es simplemente una lucha de clases, sino más bien un malestar de placeres, el filósofo debe adaptarse a las ciudades y a sus espacios [a]políticos.

En suma, el populum debe ser aquel cisticerco que carcome por dentro al “marrano”. Bienaventurados los que descienden de linaje de príncipes y gobernantes, pero conviven, beben y comen con el pueblo.




Héctor Fabián García.
Estudiante de Filosofía Política.
Universidad Nacional Autónoma de México.

Twitter:  @fabianhgarcia



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